Consumación de la Independencia de México

Por Lic. Jonathan Moreno

 

10 de febrero de 1821. Por entre los cerros del sur marchaban combatientes, fatigados por años de lucha, bandos contrarios que se habían visto los rostros entre alaridos y pólvora, pero esa mañana lo harían con la esperanza de paz.

Insurgentes y realistas se formaron en el pueblo de Acatempan, armados, pero sin apuntarse. Nadie estaba tranquilo. Sus líderes, Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide, se encontraron en la tierra de nadie que se extendía ante los dos ejércitos. Ambos anhelaban la Independencia, pero no coincidían en el modo. Tras un vaivén de opiniones y propuestas, ante la expectativa de sus tropas, los dos hombres se unieron en un abrazo. Sus banderas, la del águila sobre un nopal y la de la cruz de Borgoña, se transformarían en la de las Tres Garantías, representando los tres principios sobre los que construiría la nueva nación: la religión católica, la independencia y la unión de insurgentes y realistas.

Aunque los españoles desearon unir a todos los territorios de su imperio pacíficamente bajo la Constitución de Cádiz, otorgando mayores derechos y una representación más equitativa a sus provincias de ultramar, como eran conocidos esos territorios, no era suficiente para aplacar los fuegos de igualdad que inspiraban la independencia. Por eso, los mexicanos unidos firmaron el Plan de Iguala el 24 de febrero, marcando el inicio del proyecto de nación.

Marchó el Ejército Trigarante por las entonces provincias de la Nueva España, que se les unieron una a una sin oponer resistencia, pues lideraba la causa que unía a criollos, mestizos, indígenas, mulatos, y cualquier otra casta u origen, pues todos eran hijos de México. Cuando llegó el nuevo virrey, Juan O’Donojú, el 30 de julio, la independencia era inevitable. Tal fue el caso que, en la villa de Córdoba, el 24 de agosto, ratificaron los mexicanos el Plan de Iguala con los Tratados de Córdoba, llamando a la nación por primera vez el “Imperio Mexicano”.

El movimiento ganó impulso, inspirando a su paso a las monjas agustinas de Santa Mónica, en Puebla, a crear un platillo que representara al movimiento y sus propósitos. Así, el 27 de septiembre, el Ejército Trigarante entró desfilando a la Ciudad de México, donde los líderes mexicanos se entrevistaron con el virrey Juan O’Donojú.

La emoción era palpable, entre alaridos de festejo e incredulidad, así como lo era la tensión que se respiraba en el aire. Tras ese momento histórico fluía más de una década de sangre derramada en las tierras de esta nación. Todo mundo estaba atento a lo que se decidiría tras aquellas puertas. La esperanza de paz y un futuro mejor estaba en el puño de la gente, aunque el sufrimiento que se arraigó en sus corazones tras tantos años de padecer hambre, dolor y penurias tornó a más de uno en escéptico.

Ese mismo día, 27 de septiembre de 1821, salieron las más altas autoridades insurgentes y del virreinato. La noticia corrió más rápido que el viento, incontenible. Los heraldos anunciaron por las calles que, de común acuerdo, se firmó la Independencia mexicana, dando feliz conclusión a la lucha iniciada por Miguel Hidalgo con su grito, en el poblado de Dolores, allá por 1810. Los héroes caídos, anónimos y conocidos, se llenaron de gloria en sus tumbas, mientras los vivos se regocijaban.

Se cuenta que los caudillos que dieron independencia a la nación mexicana, celebraron aquel día con la invención de las monjas poblanas a las que inspiraron, disfrutando la victoria con los hoy tradicionales chiles en nogada.

Lo que no sabes sobre la NOM.247
Por Lic. Alejandro Flores